Un presidente maquiavélico

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Un presidente maquiavélico

Por Francisco Ruiz*

Martes 29 de noviembre de 2022. Toda persona interesada en participar en política está obligada a leer dos textos fundamentales: “El arte de la guerra”, de Sun Tzu, y “El príncipe”, de Nicolás Maquiavelo. Ambos continúan siendo obras muy vigentes. El último libro data del siglo XVI y, a pesar de haberlo escrito en 1513 bajo el título de “El principado”, el documento del politólogo florentino vio la luz después de su muerte en la década de 1530.

Se dice que las letras de Maquiavelo fueron motivadas por dos liderazgos de aquella época: Lorenzo de Médici y César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Dos familias que fueron sumamente poderosas durante el fin del siglo XV y principios del XVI, cuando la península italiana aún estaba dividida en reinos, ducados, repúblicas, así como, los Estados Pontificios.

A Maquiavelo se le atribuyó la frase: “El fin justifica los medios”, a pesar de que en ninguno de sus textos lo dice expresamente. Pareciera que el presidente López Obrador conoce bien su obra porque ha aplicado dicha máxima, al igual que el principio romano de “divide y domina”.

Basta recordar que Andrés Manuel López Obrador es “puma”, un egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que tardó casi 15 años en titularse con una calificación promedio que apenas superó el siete. Si bien es cierto que, para ser presidente de México no se requiere de un grado de estudios mínimo, es fundamental estar preparado y eso, no sólo te lo ofrecen las vivencias.

Por eso, “La teoría y la práctica política deben caminar separablemente unidas”, dijo el intelectual jalisciense Agustín Yáñez; mientras que el expresidente estadounidense Woodrow Wilson señalaría que: “debe existir una ciencia de la administración que se proponga enderezar el curso del gobierno, darle mayor flexibilidad a la tramitación de sus asuntos, fortalecer y purificar su organización, y dotar a sus tareas de un aire de respetabilidad”, desde 1887.

“El arte del político no es gobernar el orden, sino el desorden”, diría el argentino Juan Domingo Perón. Ahora tenemos en claro porque nuestro país se mantiene sumido en el caos. La política es una ciencia, me dijeron alguna vez. Y es cierto, el arte de gobernar requiere de conocimiento, experiencia y actitud; en síntesis, amerita de perfiles adecuados para administrar, porque ese es el deber esencial de un presidente: administrar los recursos de la nación.

Cada “mañanera”, en nuestro país se detienen las decisiones del Gobierno Federal por dos horas, pues quien lo encabeza, como uno de sus antecesores más críticos emanado del Partido Acción Nacional (PAN), es un “todólogo”. Un hombre que centraliza todo, sin importar el retraso del país.

La marcha convocada y encabezada por AMLO, le dio un respiro, no a su administración, sino a él, porque necesitaba sentirse apapachado. La manifestación que fue ensalzada por la jefe de Gobierno de la Ciudad de México y aspirante presidencial, Claudia Sheinbaum, duró más de seis horas. Mientras, México se paralizó. Ni siquiera los partidos de fútbol contra Polonia y Argentina nos detuvieron tanto. Gobernadores, presidentes municipales, secretarios de Estado, y demás funcionarios decidieron dar la espalda a México con tal de asistir al besamanos. Habrá quien los justifique aduciendo que se realizó en fin de semana, a pesar de ello, los problemas nacionales y locales no cesan, y los privilegios de los que gozan los gobernantes, tampoco.

Por supuesto que las consecuencias de las decisiones que se han tomado a lo largo de casi cuatro años no se resentirán durante el sexenio lopezobradorista, y el presidente lo sabe. Tal y cómo lo supieron Echeverría y López Portillo, en sus respectivos momentos. Los efectos los padeceremos después, cuando ya haya dejado a un sucesor(a) a modo que avale, justifique y cubra los errores, omisiones y ventajas de uno de los presidentes más maquiavélicos que ha tenido México.

Post scriptum: “Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen”, Nicolás Maquiavelo.

* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

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