
Editorial
En la historia política de Baja California, pocos personajes representan con tanta claridad la figura del político camaleónico como Fernando Castro Trenti. Tras casi cinco décadas en el PRI —el partido que moldeó su carrera y su fortuna— hoy el diputado federal navega en nuevas aguas con la habilidad de quien ha perfeccionado el arte de acomodarse donde sopla el poder.
Castro Trenti fue, durante años, el rostro más visible del priismo en Baja California. Su influencia fue innegable: senador, diputado local y federal, operador electoral, embajador, y hasta candidato a gobernador en 2013. Pero su historia no es solo la de un político profesional: es también la de un oportunista calculador, cuyo legado está marcado por los constantes giros ideológicos y los señalamientos de corrupción.
El PRI perdió todas las elecciones en las que él fue protagonista, y sin embargo, logró mantenerse vigente —no por resultados, sino por pactos en las cúpulas y por su habilidad para negociar espacios de poder. En 2013, cuando aspiraba a gobernar el estado, fue denunciado públicamente por enriquecimiento ilícito, con señalamientos sobre propiedades y lujos que no correspondían a su trayectoria oficial como servidor público. Como ocurre con muchos casos similares, el expediente fue archivado con discreción y el escándalo se diluyó en el mar de impunidad que ha caracterizado a la clase política tradicional.
Hoy, en pleno 2025, Castro Trenti reaparece bajo nuevas banderas, en una especie de travestismo político que ya no sorprende, pero que evidencia el agotamiento moral de figuras como él. Lo que resulta preocupante no es solo su habilidad para reciclarse, sino el hecho de que aún haya fuerzas políticas que le abren la puerta, sabiendo su historial, solo por su capacidad de operar —con lealtades intercambiables y discursos reciclados.
¿En qué cree Fernando Castro Trenti hoy? ¿A qué proyecto responde? ¿Qué principios defiende? Esas preguntas ya no importan en su narrativa, porque su única convicción real ha sido mantenerse cerca del poder, sin importar el color del partido o la dirección del viento político.
En un estado donde la ciudadanía exige nuevas formas de hacer política y rechaza los viejos vicios, la permanencia de personajes como Castro Trenti representa un retroceso. No por su experiencia —que la tiene—, sino por su resistencia a rendir cuentas, a dar paso a nuevas generaciones y, sobre todo, por su incapacidad de asumir que el tiempo de los dinosaurios ya debería haber terminado.
Baja California merece políticos que sirvan a la gente, no a sus propios intereses. Y si Castro Trenti vuelve a buscar una candidatura, como ya se especula, la sociedad tendrá que decidir si sigue premiando al oportunismo o si, por fin, le pone fin a la larga carrera de quienes ven la política solo como negocio personal.
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