
En una era dominada por la inmediatez digital, donde millones de canciones están disponibles con un clic, el vinilo ha resurgido como un símbolo de calidez, autenticidad y experiencia tangible. Lo que alguna vez se consideró un formato obsoleto, desplazado por los discos compactos y posteriormente por las plataformas de streaming, hoy vive un renacimiento global que combina nostalgia, búsqueda estética y una apreciación renovada por el sonido analógico.
El vinilo nació comercialmente a finales de los años cuarenta, cuando reemplazó al frágil disco de 78 rpm hecho de goma laca. Su llegada trajo mayor duración por lado, mejor fidelidad y un formato más resistente, lo que permitió al LP convertirse en el estándar de la industria musical por varias décadas. Para los años ochenta, sin embargo, el CD se impuso por su practicidad y portabilidad, empujando al vinilo a un nicho casi residual.
El giro comenzó a principios de los dos mil, cuando sellos independientes, tiendas especializadas y melómanos iniciaron un silencioso rescate del formato. Pero el verdadero “boom” se consolidó más de una década después, con estadísticas que revelaron incrementos anuales de ventas superiores al 20%. A esto se sumó la tendencia cultural de valorar lo físico frente a lo intangible, así como el auge de tiendas boutique, reediciones de catálogo y ediciones especiales que hicieron del vinilo un objeto deseable.
Uno de los pilares de su regreso es el sonido analógico: cálido, con matices orgánicos e imperfecciones que le dan carácter. Para muchos, la experiencia de escuchar un disco implica detenerse, colocar la aguja y dejar que la música fluya sin interrupciones, algo cada vez más raro en tiempos de playlists infinitas. Hoy, coleccionar vinilos es un ritual. No solo se trata de escuchar música, sino de conservar arte, historia y memoria. El vinilo volvió, y todo indica que esta vez llegó para quedarse.
ANP.



